domingo, 12 de noviembre de 2017

ESPERANDO AL REY: pasó lo que tenía que pasar...

Santander, 2 de noviembre de 2.017


Qué fue lo que impulsó al Alfonso VII a repartir su reino entre sus dos hijos o cuál era la relación que había entre ellos eran algunas de las preguntas que esperaba poder responder después de leer “Esperando al rey” (2.014) -la primera novela publicada por el polifacético José María Pérez ‘Peridis’ y con la que ganó la decimocuarta edición del Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio-, pero no ha sido así: ¡me he quedado con las ganas!

“Hay quien dice que el ajedrez es una ciencia que no sirve para nada -si nada le llamamos a entretener el ocio-, pero lo cierto es que cuando no haya reyes sobre la faz de la Tierra, sus homólogos de madera y marfil seguirán guerreando sobre un manto de teselas blancas y negras, cuando los castillos que los acogen ya no defiendan nada, seguirá habiendo torres vigilando las horizontales y verticales, y aun  cuando los monasterios y las catedrales se yergan silenciosos, siempre habrá abades y obispos peregrinando por las diagonales de los tableros…”

El destino del príncipe Sancho era convertirse en rey de Castilla, y don Gutierre fue su ayo y protector. Su hermano Fernando, por su parte, creció en el castillo de Monterroso, donde el conde don Fernando de Traba le había educado como caballero y futuro rey de León, Galicia y -si Dios lo quisiera-, también de Portugal.
Uno era prudente y diplomático, pero también enfermizo. El otro, un atolondrado que se lanzaba hacia delante, sin pensar en las consecuencias, para después olvidarlo todo y pasar a otra cosa. Si Fernando hubiera tenido la sensatez de Sancho, o este la valentía y fortaleza de su hermano, cualquiera de los dos habría sido un magnífico sucesor de su padre: Alfonso VII, el Emperador.
Cuando los condes Manrique de Lara y Fernando de Traba le aconsejaron dividir el reino entre sus dos hijos, este consideró que su propuesta era la más conveniente, pero, ahora que los almohades les atacan y el legado papal insta a los reyes cristianos de Hispania a dejar de lado sus querellas y marchar juntos contra los enemigos de la fe, se pregunta qué pasará cuando él falte. Y lo que pasó fue lo que tenía que pasar…

En 1.157, durante el sitio de Almería, el rey Alfonso VII enfermó y, poco después, murió. Dos años antes, había reunido a las cortes en Valladolid para proclamar que, cuando él faltara, a Sancho -su primogénito-, le correspondería reinar en Castilla, con las villas de Segovia y Ávila, todos los castillos y tierras situados al sur del Duero, el reino de Toledo y toda la Tierra de Campos, hasta Sahagún, mientras que su hermano Fernando se quedaría con Asturias, Galicia, Zamora, Toro y todo el reino de León.
Tras su muerte, el reparto previsto se hizo efectivo, aunque no satisfizo a ninguno de los dos hermanos y ambos hubieron de concertar un encuentro en Sahagún que resolviera sus conflictos. Allí firmaron un tratado de paz en virtud del cual se declaraban herederos el uno del otro en caso de morir sin descendencia y acordaban repartirse Portugal y todas las conquistas que hicieran en el futuro de las ricas tierras sarracenas.
Sin embargo, en 1.158, la repentina muerte del rey Sancho dio al traste con el acuerdo firmado. La corona de Castilla pasó a manos del infante Alfonos -su único hijo-, mientras los Lara y los Castro peleaban por hacerse con su tutela y su tío Fernando trataba de arrebatarle el trono para reconstruir el reino del emperador... 


Los cimientos de España se desangran mientra ‘Peridis’, perdido en un denso laberinto de enrededos y amoríos, construye un pícaro y cómico folletín protagonizado por una pléyade de personajes sin alma que nos brindan la posibilidad de conocer el romántico palentino sin conseguir, en ningún momento, que nos enganchemos a su historia...

Afirma el autor lebaniego que su novela cuenta los amores, los sinsabores, las inquietudes, las aventuras, las creaciones artísticas y la lucha por el trono de unos personajes de carne y hueso que vivieron en el siglo XII, y a los que él debe casi todo lo que es. Parece ser que, de tanto andar por sus obras, le cogieron confianza, y le pidieron insistentemente que novelase sus vidas, a lo que él no se pudo negar...


'Peridis' nació en la Liébana de los Beatos, muy cerca de la iglesia de Santa María de Piasca. Tres años más tarde se trasladó desde los Picos de Europa a la Montaña Palentina, donde tuvo la fortuna de respirar galletas a diario, mientras jugaba entre las ruinas del monasterio de Santa María la Real, situado fuera de los muros de la real villa de Aguilar de Campoo.
Junto al eremitorio construyó su padre la residencia familiar. En la puerta del convento que agonizaba junto al risco que cobijaba su casa había un letrero que rezaba: "Monumento Nacional. Prohibido el paso". Para un niño de siete años, como él, no había mayor aliciente que colarse en aquel recinto prohibido y acompañar a los escasos turistas que se acercaban hasta allí. Juntos admiraban la potencia de unos muros que se resistían al abrazo de las enredaderas, la pericia de unos arcos y unas bóvedas que saltaban de una pared a otra como por arte de magia, la suntuosidad de unas escaleras que no llevaban a ninguna parte, la melancolía de un claustro expoliado que sembraba fragmentos de cimacios y capiteles entre las zarzamoras, la soledad de una iglesia desnuda en cuyo coro los gorriones desafinaban penosamente tratando de reproducir los ecos del canto gregoriano, el asombro de unos sepulcros destripados desde los que les miraban las cuencas vacías de un puñado de difuntos nobles castellanos, o el vacío de unas estancias abiertas, con balcones suicidas, cuyos ventanales, sacudidos por el viento, hacían penitencia flagelando sus brazos de madera contra las embocaduras.
Los murciélagos que sobrevolaban las bóvedas agujereadas, planeando sobre su cabeza de chorlito, le invitaban a desafiar el miedo, la prohibición y el peligro, alimentando una curiosidad infantil de la que brotaron su afición al dibujo y a la arquitectura, al románico y al patrimonio, a los monasterios y a las catedrales, y a todo lo que concierne a un medievo repleto de arte, historia, leyendas, fantasía y terrores milenarios.


Pasó el tiempo y un día, aquel muchacho que marchó a Madrid con la intención de hacerse arquitecto, escuchó como el convento caído le reclamaba, se echó el monasterio a la espalda y peregrinó por los despachos de la capital buscando fondos con los que restaurar el edificio.

"No vive ya nadie en la casa: todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio..., yacen despoblados. Nadie queda ya, pues todos han partido. Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda... Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos..."
César Vallejo

Fue entonces cuando 'Peridis' descubrió las huellas de unos personajes que habían vivido en los gloriosos años de mediados del siglo XII y escuchó sus voces. Revivieron juntos la aventura de sus vidas y escribió la novela que tantas veces su hija le pidió que escribiera. También esta vez pasó lo que tenía que pasar...

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