sábado, 14 de abril de 2018

BAJO LA ESTRELLA POLAR: nada dura para siempre

Santander, 1 de abril de 2.018


Stef Penney es una cineasta escocesa, autora de varios cortometrajes, que en 2.006 sorprendió a la comunidad literaria con la publicación de su primera novela, “La ternura de los lobos”, con la que ganó uno de los premios literarios más prestigiosos del Reino Unido: el ‘Costa Books’.

Su última obra, “Bajo la estrella polar” (2.017) es un épico relato de aventuras teñido de rosa cuya cinematográfica caligrafía me ha cautivado, atrapándome entre sus páginas merced al misterio, la belleza y la magia con que describe las noches perpetuas y los días infinitos de su Polo Norte.


Flora McKie había jurado que algún día pisaría el Polo Norte cuando este no era todavía nada más que el centro de un vasto espacio dibujado en blanco en los mapas…


Año 1.948: a los setenta y siete años, está a punto de cumplir su promesa, aunque, a estas alturas, hacerlo carezca de mérito e importancia y solo tenga un valor simbólico. Hace mucho tiempo que no viaja tan al norte, pero aun recuerda el nombre de todas las estrellas, pues, cuando se ha convivido con ellas durante el invierno ártico y se las ha utilizado como punto de referencia terrestre y marino, se convierten en viejas amigas en las que uno sabe que puede confiar. Recuerda el nombre de todas ellas, y también el del atractivo geólogo del equipo norteamericana liderado por el ambicioso Lester Armitage con el que coincidió durante su primera expedición al Polo: ¡Jakob de Beyn!

Solo tenía doce años cuando cruzó por primera vez el Círculo Polar Ártico: su madre había muerto hacía poco, y su padre -capitán de un ballenero-, no sabía que hacer con ella, así que, en abril de 1.883, los dos zarparon juntos del puerto de Dundee (Escocia) rumbo al Mar del Norte. Flora era una jovencita en un barco lleno de hombres, pero el capitán Mackie estaba convencido de que ningún mal podría sobrevenirle a bordo de su barco: ¡el Vega!
Los balleneros que faenaban en el estrecho de Davis solían ser navíos de poca eslora, lentos y recios, pero a Flora el suyo le parecía una auténtica hermosura. El capitán procuró que su hija siguiera instruyéndose: la obligaba a encerrarse en el camarote a estudiar, e insistía en que llevara un diario en el que resumiera sus lecturas, demostrando así que las comprendía. Durante los largos crepúsculos, ambos buscaban en el cielo a Venus, Marte, Altair, Arturo, Polaris…, y en muchas ocasiones se pasaban la corta noche en vela siguiendo el curso de las estrellas a través del firmamento.

Apodada ‘la reina de las nieves’, al cumplir los dieciocho años, Flora se había convertido en una joven indómita, de mirada directa, que, pese a no ser hermosa, gozaba de cierto atractivo. La actitud de los hombres hacia ella había cambiado, y su padre se negó a volver a embarcarla hacia el Norte. A ella no le quedó más remedio que acatar la decisión del capitán y quedarse en tierra, así que se matriculó en la universidad y a partir de entonces consagró todo su tiempo al estudio de la meteorología, una nueva ciencia cuyas predicciónes determinaríanen gran medida las posibilidades de éxito o de fracaso de las muchas expediciones que en un futuro próximo se organziazrían al Ártico. Le tocó enfrentarse a una sociedad terriblemente machista, pero se licenció y comenzó a preparar su regreso al Norte. La mayoría de los hombres -y también muchas mujeres-, se rieron de ella: pensaban que estaba loca, pero ningún pionero lo tuvo fácil…
Se convirtió en una exploradora competitiva -como todos los demás-, y viajó al Circulo Polar Ártico. Su presencia en Groelandia hacía que estar allí pareciera fácil, pues daba la impresión de que, si una mujer lo había hecho, cualquiera podría hacerlo. Lo cierto, en cualquier caso, era que viajar tan al Norte no era nada excepcional, pues en realidad se limitaban a viajar a lugares donde otros hombres y mujeres pasaban su vida entera; lo realmente complicado era financiar aquellos viajes…

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