Santander, 1 de abril de 2.018
Stef Penney es una cineasta escocesa,
autora de varios cortometrajes, que en 2.006 sorprendió a la comunidad
literaria con la publicación de su primera novela, “La ternura de los lobos”,
con la que ganó uno de los premios literarios más prestigiosos del Reino Unido:
el ‘Costa Books’.
Su última obra, “Bajo la estrella polar”
(2.017) es un épico relato de aventuras teñido de rosa cuya cinematográfica caligrafía
me ha cautivado, atrapándome entre sus páginas merced al misterio, la belleza y
la magia con que describe las noches perpetuas y los días infinitos de su Polo
Norte.
Flora
McKie había jurado que algún día pisaría el Polo Norte cuando este no era
todavía nada más que el centro de un vasto espacio dibujado en blanco en los
mapas…
Año
1.948: a los setenta y siete años, está a punto de cumplir su promesa, aunque,
a estas alturas, hacerlo carezca de mérito e importancia y solo tenga un valor
simbólico. Hace mucho tiempo que no viaja tan al norte, pero aun recuerda el nombre
de todas las estrellas, pues, cuando se ha convivido con ellas durante el
invierno ártico y se las ha utilizado como punto de referencia terrestre y
marino, se convierten en viejas amigas en las que uno sabe que puede confiar.
Recuerda el nombre de todas ellas, y también el del atractivo geólogo del
equipo norteamericana liderado por el ambicioso Lester Armitage con el que
coincidió durante su primera expedición al Polo: ¡Jakob de Beyn!
Solo
tenía doce años cuando cruzó por primera vez el Círculo Polar Ártico: su madre
había muerto hacía poco, y su padre -capitán de un ballenero-, no sabía que
hacer con ella, así que, en abril de 1.883, los dos zarparon juntos del puerto
de Dundee (Escocia) rumbo al Mar del Norte. Flora era una jovencita en un barco
lleno de hombres, pero el capitán Mackie estaba convencido de que ningún mal
podría sobrevenirle a bordo de su barco: ¡el Vega!
Los
balleneros que faenaban en el estrecho de Davis solían ser navíos de poca
eslora, lentos y recios, pero a Flora el suyo le parecía una auténtica
hermosura. El capitán procuró que su hija siguiera instruyéndose: la obligaba a
encerrarse en el camarote a estudiar, e insistía en que llevara un diario en el
que resumiera sus lecturas, demostrando así que las comprendía. Durante los
largos crepúsculos, ambos buscaban en el cielo a Venus, Marte, Altair, Arturo,
Polaris…, y en muchas ocasiones se pasaban la corta noche en vela siguiendo el
curso de las estrellas a través del firmamento.
Apodada
‘la reina de las nieves’, al cumplir los dieciocho años, Flora se había
convertido en una joven indómita, de mirada directa, que, pese a no ser
hermosa, gozaba de cierto atractivo. La actitud de los hombres hacia ella había
cambiado, y su padre se negó a volver a embarcarla hacia el Norte. A ella no le
quedó más remedio que acatar la decisión del capitán y quedarse en tierra, así
que se matriculó en la universidad y a partir de entonces consagró todo su
tiempo al estudio de la meteorología, una nueva ciencia cuyas predicciónes
determinaríanen gran medida las posibilidades de éxito o de fracaso de las
muchas expediciones que en un futuro próximo se organziazrían al Ártico. Le
tocó enfrentarse a una sociedad terriblemente machista, pero se licenció y
comenzó a preparar su regreso al Norte. La mayoría de los hombres -y también muchas
mujeres-, se rieron de ella: pensaban que estaba loca, pero ningún pionero lo
tuvo fácil…
Se
convirtió en una exploradora competitiva -como todos los demás-, y viajó al
Circulo Polar Ártico. Su presencia en Groelandia hacía que estar allí pareciera
fácil, pues daba la impresión de que, si una mujer lo había hecho, cualquiera
podría hacerlo. Lo cierto, en cualquier caso, era que viajar tan al Norte no
era nada excepcional, pues en realidad se limitaban a viajar a lugares donde
otros hombres y mujeres pasaban su vida entera; lo realmente complicado era
financiar aquellos viajes…
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