Santander, 26 de abril de 2.018
En 2.003, Tracy Chevalier, autora de “La
joven de la perla” (1.999), publicó “La dama y el unicornio”, una novela que
recrea de manera ficticia, pero amena y verosímil, el proceso de creación de
una de las colecciones de tapices más importante del medievo.
“Dicen
que, cuando un unicornio hunde su cuerno en un pozo envenenado, sus aguas se
purifican…”
Actualmente, el conjunto, formado por seis
piezas de origen flamenco tejidas con lana y seda a finales del siglo XV, se
exhibe en el Mueso Nacional de la Edad Media de Paris. Cinco de ellas constituyen una alegoría de los cinco
sentidos: el gusto, el oído, la vista, el olfato y el tacto; la sexta incluye
un enigmático mensaje: “À mon seul désir”...
En todas aparece representada sobre una isla de hierba
que flota sobre un fondo rojo cubierto por infinidad de florecillas (‘millefleurs’), una dama escoltada por
un león -símbolo de su nobleza, su fortaleza y su valor-, seduciendo a un
tímido y casto unicornio.
“À mon seul
désir”
El estilo del primer tapiz, de tamaño algo mayor,
difiere ligeramente del del resto de la colección. La dama se alza frente a una
tienda de campaña en lo alto de la cual se puede leer “À mon seul désir”, un enigmático mensaje interpretado de muy
diversos modos…
El león y el unicornio sostienen abiertos los faldones
de la tienda y los estandartes de la familia del comitente, mientras una
doncella situada a la derecha sujeta un cofre abierto del que la señora saca el
collar que lleva puesto en el resto de tapices.
En ellos, el unicornio cada vez se acerca más a ella,
hasta llegar a apoyar sus patas sobre su regazo y permitirle acaricar su
cuerno. La doncella ya no está: ha desaparecido…
“El
gusto”
“El
oído”
“El
olfato”
“La
vista”
“El
tacto”
Durante la
Pascua de Resurrección de 1.490, Nicolas des Innocents recibe el encargo de
diseñar seis tapices -dos grandes y cuatro un poco más pequeños-, para decorar
las paredes de la Grande Salle de la residencia de Jean le Viste, un poderoso
noble de la corte del rey Carlos VII.
El diseño de
tapices requiere una composición muy equilibrada en el dibujo que los haga
homogéneos. Mirar un tapiz no es como contemplar un cuadro: generalmente son de
mayor tamaño y resulta complicado verlos enteros de una sola vez. Cuando el
observador se acerca a un tapiz, solo ve una parte de él, así que ningún
detalle debe destacar más que el resto. Su diseño debe resultar placentero para
los ojos, independientemente del lugar donde estos se detengan.
En los
dibujos propuestos por Nicolas des Innocents hay muy pocas figuras y queda
mucho espacio vacío que es preciso rellenar. Esa es la labor del cartonista:
completar el diseño del artista y reproducir el dibujo sobre los hilos de la
urdimbre para que los tejedores puedan trabajar. El belga Philippe trabaja codo
con codo con Nicolás para completar sus cuadros con más animales, un campo
lleno de flores, algunos árboles y un emparrado con rosas.
El resultado
final es un cartón que se coloca sobre una mesa situada debajo de la urdimbre y
constituye una imagen especular del motivo final que sirve para que los
tejedores puedan consultarla mientras realizan su trabajo.
Antes es
preciso clasificar las lanas con las que se va a tejer el tapiz, formar madejas
con el hilo que se extrae de ellas, clasificarlas por colores y preparar los
carretes que se van a utilizar después. Cada color tiene un tacto diferente: el
rojo es suavemente sedoso, el amarillo pica, el azul es aceitoso…
Los tapices
crecen durante meses, pero los artesanos solo ven la tira de tela que están
tejiendo en cada momento, ya que, cuando esta está terminada, la enrollan y
pasan a la siguiente. Es como pintar a ciegas: no ven el tapiz entero hasta que
está acabado, pero son capaces de reconocer cada punto de la trama e
identificar la protuberancia de cada hilo de la urdimbre o la hendidura que se
forma al pasar de un color a otro. Trabajan durante horas, en silencio, sin
sentir el paso del tiempo; sin pensar en nada, excepto en los hilos de colores
que se entrecruzan con la urdimbre.
El corte del
tapiz es un momento de gran alegría en el taller del artesano. Se le da la
vuelta y se le ve entero por primera vez, saboreando su belleza durante un
instante fugaz...
En 1.492, los
tapices de “La dama y el unicornio” viajaron de Bruselas a París para ser
entregados a su dueño -el señor Le Viste-, pero no permanecieron mucho tiempo
en poder de su familia. Tras la muerte de su hija Claude pasaron a manos de los
herederos de su segundo esposo. Es entonces cuando se les pierde la pista,
hasta que, en 1.841, Prosper Mérimée -inspector de monumentos históricos-, los
descubre en el castillo de Boussac. Se encontraban en muy mal estado: roídos
por las ratas y cortados en algunos sitios, pero en 1.882 el gobierno francés
los compró para el Musée de Cluny y hoy, debidamente restaurados, se exhiben en
una sala especialmente acondicionada para ellos…
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