Santander, 3 de mayo de 2.018
Tillie Walden es una brillante dibujante
de cómics e ilustradora norteamericana nacida en Texas en 1.996. Durante doce
años, el patinaje artístico lo fue todo para ella, convirtiéndose en un refugio
seguro en el que desconectar del estrés del colegio, del bullying y de su
familia. Con el paso del tiempo, comenzó el instituto, se interesó por el arte,
se enamoró de su primera novia y empezó a preguntarse cómo encajaba el cerrado
mundo del patinaje artístico con el resto de su vida…
“Piruetas” constituye una emotiva memoria
gráfica en la que muestra lo duro que puede ser hacerse mayor, salir del
armario y dejar atrás todo aquello que uno solía ser….
Practiqué
el patinaje artístico y sincronizado de manera profesional durante doce años.
Para mí, una pista de hielo siempre será un lugar familiar. Todas huelen igual:
a sudor de hockey y frío artificial…
Nunca concebí
el patinaje como una sucesión aislada de grandes saltos y extensos
deslizamientos, sino como un intrincado patrón que mis músculos intentaban
recrear a gran velocidad, dibujando formas perfectas bajo una capa de
maquillaje y aire gélido.
Mis
compañeras siempre parecían más seguras y maduras que yo. Desde muy pequeña me
había sentido atraída por ellas, pero sabía que aquello no estaba bien, así que
nunca se lo dije a nadie: me limitaba a enamorarme silenciosamente, una y otra
vez, sin pensar nunca que aquello pudiera llegar a ser real.
Las
competiciones eran frenéticas y aburridas al mismo tiempo, pero una victoria
alumbraba todo el fin de semana con una nueva luz. Mis padres rara vez acudían
a verme patinar.
Hacía como
que no me importaba, pero casi siempre era la única chica del vestuario sin
familiares merodeando por la zona de resultados, y eso me hacía sentir
vergüenza.
Cuando me mudé
con mi familia a Austin, el patinaje perdió todo su brillo, volviéndose más
aburrido y agotador. Extrañaba las instalaciones y la estricta forma de
trabajar de mis entrenadores de New Jersey… Bárbara fue la persona que sostuvo mi
mano la primera vez que pisé el hielo: estaba desesperada por algo de afecto o
atención y ella me lo dio.
Desde
entonces, durante mucho tiempo, me había limitado a dejar que las cosas
sucedieran sin más. La idea de cambiarlas era excitante, pero también
aterradora. Sentía miedo, pero no quería reconocerlo. Afortunadamente, ahora
tenía una razón para ser fuerte esperándome a la vuelta de la esquina… El
primer amor es importante para todo el mundo, pero cuando ambas partes son
jóvenes, gays y aún no han salido del armario, es algo más.
Al acabar
octavo, y pasar al instituto, me di cuenta de que patinar no era lo que
parecía. No era solo un deporte, sino que conllevaba un estilo de vida que no
era opcional: el moño, el postizo, los vestidos minúsculos, el maquillaje…
¡Lo odiaba! Estaba
atrapada en la espiral del nivel medio del patinaje artístico profesional. Iba
a la deriva, dejando el tiempo pasar, pero lo cierto es que no quería patinar
más. Tenía diecisiete años cuando lo deje, y aún me pregunto por qué no lo hice
antes…
…
Paso
a menudo cerca de la pista de hielo en la que solía patinar. Resulta que vivo
bastante cerca de ella, así que realmente no puedo evitarlo. Mientras preparaba
este libro, eso me ponía nerviosa. No quería mirarla. Se podría pensar que, al
escribir unas memorias, uno desearía volver a conectar con los lugares del
pasado, pero en mi caso no fue así y evité todo el tiempo a la gente y los
lugares que formaron parte de esta historia.
Para
algunas personas, el objetivo de unas memorias es mostrar los hechos tal y como
ocurrieron en realidad; aunque trabajé mucho para asegurarme de que esta historia
fuera lo más honesta posible, esa nunca fue mi intención. Este libro nunca
trató de compartir recuerdos y sí sentimientos. Lo importante para mí no es en
qué año fue tal competición, o qué vestido llevaba entonces, sino cómo me
sentía estando allí y cuál era la sensación de ganar. Por eso evité toda
reminiscencia: sentía que, si me acercaba a la pista a echar un vistazo, o
buscaba fotografías de mi viejo iPhone, contaría una historia diferente. Quería
que cada momento de este libro saliera directamente de mi cabeza, con sus
errores e inconsciencias.
Lo
que más me ha sorprendido de él, especialmente mirando hacia atrás, es que, al
final, no trata en absoluto sobre patinaje. Comencé esta historia pertrechada
con recuerdos de gomina y madres chillonas, preparada para contarlo todo acerca
del sórdido mundo de las rutilantes jóvenes patinadoras sobre hielo, pero, con
cada recuerdo que volcaba en sus páginas, surgía un nuevo relato. Me di cuenta
de que ser patinadora supone algo más que tener una habilidad, pues tu vida
fuera de la pista moldea tu forma de patinar. Acabar un salto nunca consistió
en saber cómo hacerlo, sino más bien en estar preparado y sentir que se tiene
el control suficiente para caer de pie. Lo que ocurría en mi vida conformaba
las respuestas a esos interrogantes. Por eso incluí en el libro muchas otras
tramas. Lo complicado fue descubrir qué partes de mi vida influyeron en mi
manera de patinar… Descubrí que la mayor parte de los hechos que implicaron
algo físico tuvieron su efecto: el accidente de coche, el bullying… La
influencia de otros hechos, como salir del armario, no fue tan tangible, pero
conformó mi identidad y me ayudó a comprender quién era yo en realidad. Creo
que eso afectó a mi manera de patinar, porque, cuando actúas, le tienes que
mostrar al público una versión de ti misma, y eso, cuando la imagen que tienes
de ti misma está en constante cambio, se convierte en una ardua tarea.
La
gente me pregunta todo el rato: “¿de qué trata realmente el libro?” y todavía
contesto que de patinaje porque es la respuesta más sencilla, pero, en
realidad, me resulta una pregunta muy difícil de responder. Pertenezco a esa
clase de creadores que son felices haciendo un libro sin tener todas las
respuestas. No necesito entender completamente mi pasado para dibujar un cómic
inspirado en él, y, ahora que este se ha convertido en un libro que otra gente
leerá, siento que no me corresponde a mí responder a esa pregunta. Le toca al
lector decidir, suponer, adivinar… En las clases de literatura del instituto
hablábamos a menudo sobre las intenciones del autor, y yo solía preguntarme si
no habría habido alguna vez algún autor que no tuviera intenciones y las
encontrara sin querer. Creo que yo soy ese autor…
Tillie
Walden
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