miércoles, 20 de abril de 2016

LIÉBANA: paisajes infinitos y rincones únicos (IV)

Camaleño, 29 de marzo de 2.016


Los Reyes Magos fueron generosos con Maite, Gus, Javi e Isa: les regalaron una romántica noche de hotel en una casa rural con encanto en Camaleño. Nosotros no queríamos ser menos así que, recién estrenada la primavera, aprovechamos un par de días libres para volver a Liébana...

Montamos en el coche y abandonamos la autovía antes de llegar a Unquera, a la altura de Pesués, junto a la desembocadura del Nansa, para remontar el río hasta llegar a Puentenansa y allí tomar un desvío que habrá de conducirnos a La Hermida por el Collado de Ozalba (carretera CA-282).
Nuestro objetivo es asomarnos al Mirador de Santa Catalina pero antes disfrutamos del extraordinario paisaje que nos rodea: la carretera deja a nuestra derecha los Picos de Ozalba y se desliza entre las montañas, mecida por el deslumbrante verde de nuestros prados bajo un cielo que hoy se ha pintado de azul.

Descendemos al valle de Lamasón y antes de coronar el Collado de la Hoz nos detenemos en Lafuente, un tranquilo caserío situado a la vera de la carretera. Aparcamos y bajamos del coche para contemplar la Iglesia de Santa Juliana, una modesta construcción que constituye el mejor ejemplo del románico rural del valle Saja-Nansa.


Consta de una sola nave de planta rectangular con ábside semicircular. Sobre el hastial se alza una espadaña con dos troneras para las campanas y la portada principal, que sobresale algo respecto al lienzo del muro, está formada por cinco sobrias arquivoltas de medio punto que descansan sobre varias columnillas coronadas por capiteles decorados con toscos motivos vegetales e iconográficos.


El ábside es la parte más graciosa del edificio. Construido en sillería, destacan en él una sencilla imposta ajedrezada, sendos pares de esbeltas columnas dobles rematadas con capiteles que descansan sobre recios contrafuertes escalonados, y los canecillos del alero, decorados con motivos vegetales y figurados.


Damos un rápido paseín por el pueblo y volvemos al coche para remontar la Collada de la Hoz y cruzar al municipio de Peñarrubia. Iniciamos el descenso que ha de conducirnos a La Hermida pero justo antes de llegar a Piñeres tomamos un desvío a la izquierda que nos lleva hasta el espectacular Mirador de Santa Catalina y la Bolera de los Moros.

La empinada y estrecha carretera nos conduce a través de un bonito hayedo hasta la cumbre del Monte Hozarco (760 m.), un lugar de gran valor estratégico, pues domina el Desfiladero de la Hermida y el acceso a Liébana desde los valles del Nansa, en el que se conservan las ruinas de un castillete de planta rectangular cuya construcción es probable que esté relacionada con la expansión de la monarquía asturiana durante la Alta Edad Media (siglos VIII o IX).


Su construcción se adaptaba perfectamente a la orografía del terreno, aprovechando los afloramientos rocosos para cimentar una plataforma de vigilancia sobre el desfiladero de la que únicamente se conservan parte de los cimientos. La torre estaba rodeada por una ancha, baja y tosca muralla construida son sillares trabados sin argamasa que aún se conserva y cuya peculiar forma hizo que los lugareños bautizasen a este lugar como La Bolera de los Moros.

Nos acercamos al mirador y dejamos que nuestras miradas vuelen sobre el Desfiladero de La Hermida y se posen en los nevados Picos de Europa...


El Desfiladero de la Hermida es, sin duda, uno de los accidentes geográficos más destacados de Cantabria. El río Deva, al atravesar las calizas carboníferas características de los Picos de Europa, es el responsable de la formación de esta espectacular garganta. Los farallones rocosos, en ocasiones casi verticales, se combinan con laderas de pendiente pronunciada en las que los frecuentes desprendimientos han formado peligrosos canchales. Tiene una longitud próxima a los veinte kilómetros, con un desnivel de hasta mil doscientos metros entre las cotas más altas y el fondo del valle.



"LLaman a esto garganta...; debería llamársele esófago de La Hermida, porque al pasarlo se siente uno tragado por la tierra."
(Benito Pérez Galdós)

La carretera que actualmente discurre por el desfiladero fue construida entre principios del siglo XIX y 1.873. Hasta la apertura de esta vía de comunicación Liébana tenía un contacto escaso con las poblaciones costeras. Los caminos que conducían al norte y al este tenían que pasar por collados situados a más de mil metros de altitud para alcanzar el Valle de Lamasón y desde allí dirigirse a la costa. El cambio supuso un importante impacto en el Valle de Peñarrubia pues los pueblos y barrios de la zona alta quedaron aislados y La Hermida, situado al pie del nuevo camino, se convirtió en el núcleo de población más importante de la zona.


Las vistas del Desfiladero de La Hermida, Tresviso y los Picos de Europa son excepcionales. Nos tomamos nuestro tiempo y disfrutamos de un cautivador silencio salpicado por el impetuoso y lejano canto del río Deva antes de continuar nuestro camino...


Volvemos a Piñeres y bajamos a La Hermida, donde nos topamos con la carretera que conduce a Potes. Nos acercamos a la capital de la comarca y pasamos de largo, camino de Fuente De.
Antes de llegar al impresionante circo glaciar, a la orilla del río Deva, se alza El Oso de Cosgaya, un complejo hostelero perfectamente integrado en la montaña en el que paramos para comer.


El olor a leña se funde con el sabor de los quesos de la zona haciendo las delicias de nuestros paladares y con los estómagos bien llenos damos un paseín por el pueblo.


El tiempo está cambiando. No nos entretenemos demasiado: volvemos al coche y subimos hasta Fuente De. Un puñado de nubes grises coquetean con los picos: el cielo comienza a encapotarse así que volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos a Camaleño. Buscamos la Posada de San Pelayo...


La casa es una ventana abierta a la naturaleza regentada por unos profesionales acogedores, amables y dispuestos siempre a hacer nuestra estancia lo más agradable posible.

Es un lugar de picos ocultos tras la niebla,
de verdes praderas segadas por el hombre,
salpicadas de frutales que acaricias con las manos
mientras el ruido de las aguas acuna tu descanso.
Es un lugar construido de madera y piedra,
con olor a cera en balaustradas y losetas,
lleno de cuadros con hojas secas
y de muebles restaurados con el esfuerzo de su dueña.
Es un lugar lleno de sol y sombra,
envuelto por un suave cesped sobre el que caminar descalzo,
con hamacas donde reposar soñando
y rincones donde leer mientras el sol se pone.
Es el punto de partida de quienes buscan rutas sorprendentes,
o un refugio para equellos que tan solo ansían sanar su dolorido espíritu paseando de la mano del ser querido...

Nos registramos y después de ver nuestra habitación regresamos a Potes. Cae la tarde pero aún tenemos tiempo de perdernos por sus calles más pintorescas y descubrir algunos rincones que nunca hasta ahora había visitado.

Caen cuatro gotas, pero no hace frío. Pasamos por el supermercado y volvemos a la posada. Nos sentamos en la terraza de nuestra habitación y cenamos algo de queso y jamón. La niebla envuelve las nevadas cumbres de los Picos de Europa y anochece. Descorchamos unas botellas de sidra y dejamos que la oscuridad nos abrace. Nos comemos una y contamos veinte: ¡somos así! Mañana más...


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